Era una tarde agradable, la primavera debutaba rodeada de colores, aromas y la calidez característica de la estación. Ninguna nube enturbiaba el celeste profundo del cielo donde el sol fulgente creía ejercer su papel protagónico en la escena que no condecía con nuestra situación.
Luego de pelearse consigo misma durante unos minutos, me miró y comenzó a reírse a las carcajadas.
Tomé su cuaderno e intenté escribir mientras observaba a un grupo de circenses practicar su rutina de malabares.
Si todo fuera tan sencillo como tirar pelotas al cielo teniendo la seguridad que cuando desciendan mis manos van a estar en el lugar indicado para atajarlas. Pero es lógico, debe ser cuestión de práctica ya que al principio suelen caerse, hasta que el cuerpo se acostumbra a las dimensiones, se relaja, cobra algo de soltura y todo fluye con más naturalidad, pudiendo así improvisar algún arreglo ante una caída inesperada sin que nadie lo note.
Correr riesgos también tiene su encanto, siempre y cuando podamos hacer lo que algunos logran, malabares.
Estaba algo cansada de escuchar a mi alrededor las mismas historias y como Oina estaba entretenida con un par de amigos que se habían acercado, me despedí y decidí ir a caminar.
La tarde era realmente hermosa y yo necesitaba apreciarlo, necesitaba un vuelco en mi vida, una sorpresa, algo que me saque de la rutina.
No sé si me sorprendió, pero al girar en esa esquina y encontrarme con ese querido amigo que me entiende como nadie, fue tranquilizador. Sus palabras, breves y concretas me contenían de una forma especial. Siempre sabía qué decir en el momento exacto, sin que yo insinuara palabra, intuía todo lo que traía conmigo. Eso me serenaba, con tan solo compartir un momento en silencio y al advertir mi reacción ante las distintas preguntas de la gente ya era suficiente.
Y ahí acudía a determinada frase, aquella que estaba buscando y me era imposible elaborar en la cabeza.
Él sí conoce sobre mal abarse, no sé si lo domina bien pero sabe de qué se trata y seguramente por eso nos comprendemos.
Llegué a casa, tome un baño y me acosté sin cenar. El techo se debe haber sentido ojeado, pero no fue mi intención. Mi propósito era dormir.
En la oscuridad apareció un payaso, creí haberme quedado dormida y estar soñando.
Desde niña, los payasos me causan tristeza, siempre sospeché que ocultaban sus verdaderos sentimientos y esa noche lo comprobé.
El payaso se sentó junto a mí en el borde de la cama y tomó mi mano al tiempo que sonreía. Intentó hacerme reír con uno de sus números favoritos. El show fue increíble, pero seguía dejándome ese dejo amargo.
Luego de terminar sus payasadas me miró directo a los ojos y me dijo:
Vamos, vamos! Arriba que me sacarán la matricula! Esto tiene que abarse!... Uhy!... Jo! Jo!, otra vez!... yo tampoco puedo despegarme esa palabra!
Comenzó otro de sus números pero me costaba seguirlo, su voz se desvanecía y luego su cuerpo, hasta desaparecer por completo.
Nuevamente quedé en la oscuridad de la habitación, quise incorporarme pero me fue imposible. No recuerdo cuando me dormí, seguramente antes que el payaso apareciera.
Malabares, mal abarse, abarse, alabar, alabarse,… se podrá lavar?
Por lo general, los buenos se encuentran a prueba de agua. Quizás se lavan, pero pasan desapercibidos.
Excelentes malabaristas?