Mi nombre es Virdomel, y por ahora la llamaré la chica de papel batik.
Recuerdo que aquella tarde, un 23 de septiembre, tres cuadras antes de llegar adonde la calle de las cuatro costas cambia de nombre para convertirse en un guijarro, fui sustraído por el animoso arbitraje oficiado por ella, la chica de papel batik, en cuanto a proponer orden y desorden a su pendiente indómito y su salvaje cabellera de palisandro; con la inequívoca intención de, a los pocos metros, comenzar otra vez.
Sembrando huellas de color, rasgueando baldosas con su vestido largo, dobló en la calleja del tablao.
- ¡Me estás persiguiendo! espetó la chica de papel batik.
- No, señorita; faltaba más.
En realidad, para no asustarla, falté a la verdad.
La callecita del tablao se caracteriza por no tener veredas, así, el adoquinado, que siempre parece recién baldeado, abarca todo el ancho. Sus casitas bajas lucen multicolor como si las yemas de la humedad se hubieran ocupado en mezclar tonalidades en el tiempo: Ora escogió pinturas de moradores de cualquier tiempo, ora el sedimento ladrilloso que su cómplice la lluvia arrojó desde tejas y desagües, ora la decoloración de enamoradas del muro, ora explosiones de moho entre inexpertos revoques, ora extensas ramas lagrimeando emociones de nostálgicas golondrinas.
- Sí, vos me estás persiguiendo –reiteró la chica de papel batik.
Yo iba a no menos de treinta, cuarenta metros respecto de ella; la calle solitaria permitía que la oyese con claridad y su voz llegara sin quiebres; sin embargo, la holgada soledumbre me erigía malentretenido y fisgón.
Y su vestido, ¡qué vestido!; es probable, aún no lo sé, que la conjunción del viento con la iluminación de ésa hora, vertiera en dirección a mí el increíble efecto que su vestido se fuera deshilachando, disipando, y al mismo tiempo reconstituyendo, rehaciendo. Fantástico vestido, arrebolado e inquieto, cartografiado por capilares bermellón rociado con brillantina de plata.
Al increparme, con su justa razón y sin rasgos de zozobra, el indómito aro se deslizó por entre las arrugas del vestido de esa mamushka de papel batik; me acerqué rápido para alcanzárselo; no rehusó ni se asustó; agradezco a Dios por ello; al abrir su mano dije: Mi nombre es Virdomel, ¿el tuyo?; creí escuchar algo así como She said.
Tras un complaciente gesto desapareció en el pasillo de una casa.
Acomodé mi almohadoncito frente a la puerta; de una ventana, oblonga y con plantitas en su alféizar, el visillo se movió casi de modo imperceptible; acepté el roce de miradas, no eran sólo de la chica de papel batik; simulé distracción con unos zorzales en puntas de pie, vi también sombreadas las puntas de las rejas en la parte superior de la ventana; de repente, ésta se abrió, sí, era la chica de papel batik, quien con determinaciòn expresó:
¡Aprende a ver luz, procura hacerla parte de vos; irrádiala, Virdomel, es recopado!
¡Caramba! –dije dentro de mí.
Oí que un caballero la llamó por su nombre; su verdadero nombre, el que figuraba en la mayólica del pasillo: “Shesaidbutshesays”.
* Este es uno de los capítulos de SAVIADURIA, escritos que cuentan las interesantes travesías de un mendigo, Virdomel, acompañado por su fiel almohadoncito. Su autor? Walter D. Tejada Campos.