jueves, 28 de agosto de 2008

Inetiquetados

Que frío, carajo! Ni sentada en el colectivo lograba conseguir un poco de calor, cómo desearía viajar como cuando va a trabajar a las siete de la mañana, apretada a mas no poder, bah!, aunque en realidad no, ya que eso la pone de muy mal humor, seguramente prefiere tener frío.
Estaba quejosa, tenía un largo viaje, al menos estaba sentada, pero no había salido con mucho abrigo y comenzaba a notar la baja sensación térmica en su cuerpo.
Tratando de encontrar una distracción comenzó a observar por la ventana y se preguntaba, mirando a la gente pasar, cuántos pensamientos diferentes habría en ese instante. Risas, caras de preocupación, gente apurada, otros a paso lento, tranquilos, charlas, soledad, algún que otro perro abandonado, personas buscando un sitio para ubicar una humilde cama con un par de mantas, mientras otros, colgados de los containers de basura, elegían el menú del día. Vidas azotadas por responsabilidades. Bien, mal, mejor, peor. De todo un poco.
En su cabeza no dejaba de resonar un continuo “tic tac tic tac tic tac tic tac”.
- Hacia donde vamos todos tan apurados? Inconscientemente debemos notar que no hay un “para siempre”, aunque es lo que nos hacen creer, y por eso nos apuramos tanto? …

Tic tac tic tac tic tac… no paraba.

- … A veces nos inquietamos demasiado, somos tan pequeños. Estamos sumergidos en una gigantez monstruosa, sólo los “tic tac” pareciera que llevaran un control. Un pulso, un ritmo. Cuántas negras habrá por compás? Cuándo llegamos a la doble barra? Será una doble barra con dos puntos? Se repite una y otra vez?

Aproximándose a la llegada, ya de pie se aproximó hacia la puerta trasera para tocar el timbre, se bajó, subió bien el cierre de su campera y comenzó a caminar a paso apresurado.
La calle estaba desierta, casi llegando a la esquina divisó a un vagabundo que se encontraba semiacostado en un destrozado colchón, si se le podía llamar colchón, con apenas una fina frazada para protegerse de la baja temperatura.
Cuando pasó por su lado, con un gran esfuerzo y voz ronca le pidió un cigarrillo.

- Es el último que me queda, te lo regalo.

Cuando se acercó para entregárselo, el viejo vagabundo le preguntó: algún secreto?

Sin entender a qué se refería y algo aturdida por la inesperada pregunta, interrogó:

- Cómo?
- Un secreto…, no hay ninguno, no?
- No lo sé, puede ser, uno siempre guarda algún secreto.
- Pensálo, gracias por el cigarrillo linda, que tengas un buen día.
- No hay de que, igualmente para usted, hasta luego.

Continuó caminando y en su cabeza no paraba de repetirse… un secreto, un secreto.
Sentía que no era casualidad lo que venía pensando en el colectivo y que seguidamente el vagabundo le preguntara eso.
A donde irán los secretos?

- Bueno, sinceramente podría contar muchas cosas de ella, como todos tiene lindos secretos, pero también lleva pesares. Sería muy inapropiado exponer las intimidades que yo conocí aquel día con tan solo una bocanada.
Espero volver a verla, todos los miércoles la veía pasar a la misma hora, seis menos cinco. Pero desde aquel día no volvió. Yo sigo en el mismo lugar, en mi destrozado colchón, con la ilusión de cruzármela nuevamente y dialogar.
Me gustaría contarle de mí, hacerle saber que a pesar de que nuestras vidas sean bastante diferentes, quizás, compartimos varios pensamientos.
Yo a veces me siento algo solo, un poco perdido, siento que nadie se detiene ni a mirarme, vivir en la calle es duro y en ella noté algo distinto, su mirada me trasmitió serenidad y dulzura.
Esperaré hasta la próxima semana…

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